martes, 18 de febrero de 2014

Me gustan las uñas largas y las faldas cortas.
Me gusta ser una leona.
Me gusta la calle, pero sola.
Me gusta gustarme toda entera y sin tapujos
y no me importa a quién no le guste, ni por qué.
Me gusta ser una leona enamorada, caminar descalza con pies de plomo por tu cóxis y arañarte sin querer al caminar tu cuello.
Me gusta luchar por lo que quiero y sorprenderme (ésto quizás es lo que más me gusta).
Pero aún me gusta mucho más lo que conlleva el esforzarse y mejorar. Es decir, que pocas cosas debe haber mejores que poder seguir diciendo que está conmigo y que no voy a soltarlo.

Sí, me gusta la calle y libar de las botellas, como aquella noche que anduvimos perdiéndonos a cada paso que dábamos y encontrándonos con las salidas más oscuras cerca de unos cuantos coches caros. Salíamos de ruta y daba igual, sobrepasábamos la intensidad umbral y me callabas, muy vicioso, el subidón. Me enamoré de ti el día que te vi tan cerca de las estrellas que quemabas. Ya no soy de hielo, ni tú has vuelto a bajar. Me gustabas aquí abajo, pero inmortal estás de vicio.

Y mira que yo me gusto, pero me gusta más mi yo contigo.